Las alergias a los alimentos pueden ser letales –particularmente, las alergias a los crustáceos, a las nueces y al maní (leguminosas)- y pueden afectar una de cada diez personas de la población total y hasta uno de cada cinco niños en la población pediátrica. Tradicionalmente, entre los alimentos más alergénicos se encuentran el maní y los crustáceos, además de la leche, el huevo, el trigo, el maíz y las levaduras. Todos estos alimentos son los más reconocidos como promoventes de reacciones alérgicas y causantes de alergia por ingesta, por contacto y hasta por inhalación. Aunque no son los únicos que pueden causar alergia en los seres humanos -de hecho cualquier alimento puede causar alergia si las condiciones son propicias- son los casos que más comúnmente tienen que atenderse.
Las alergias a los alimentos se clasifican en: fija, acumulativa y enmascarada. La alergia fija ocurre siempre que el individuo se expone al alimento y usualmente es una reacción a alimentos que comemos menos frecuentemente como, por ejemplo, el maní o los crustáceos y tiende a ocurrir de manera inmediata. La alergia acumulativa ocurre cuando comemos alimentos -a los cuales somos sensitivos- con una frecuencia o por un período mayor a cuatro días consecutivos, pasando el umbral de tolerancia del cuerpo, hasta desarrollar los síntomas de alergia. Por cierto, las alergias, una vez desarrollamos sus síntomas, o podrían evolucionar por un período de tiempo refractario durante el cual nos exponemos al alimento y no reaccionamos hasta que éste se acumula nuevamente o, de otra parte, podríamos desarrollar una alergia fija a partir de ese momento cada vez que nos exponemos a un alimento al cual seguimos reaccionando. Finalmente, la tercera clasificación es la de la alergia enmascarada y es ésta una crónica que ocurre con alimentos que comemos a diario que no nos precipitan unos síntomas marcados en reacciones que nos alerten; pero, nos perpetúan unos síntomas contínuos que pueden permanecer por meses o años. Dichos síntomas son mucho más comunes de lo que podríamos pensar y quizás jamás los hubiésemos llegado a relacionar con las alergias. Entre éstos se encuentran los desbalances, el tinitus, las migrañas, el picor, las ronchas, la dermatitis, la nasofaringitis, la rinitis, la sinusitis, el asma, la gastritis, el reflujo, las diarreas, los cólicos, el estreñimiento y las hinchazones recurrentes de la cara, los ojos, los labios, la lengua o la tráquea. Cada uno de estos síntomas podría ser directamente causado por una reacción alérgica.
La hipersensitividad sintomática o desarrollo de las alergias es causado por: un factor genético, un factor ambiental y un factor individual. El primero, el genético, es una predisposición a alergias heredado por vía materna, vía paterna o por ambas vías. El factor ambiental son los factores del medioambiente que directamente afectan la respuesta del sistema inmunológico como lo son la humedad relativa y las concentraciones ambientales de hongos y ácaros. El factor individual tiene que ver con la variabilidad en la constitución física de cada individuo.
El diagnóstico de las alergias a los alimentos se lleva a cabo, primordialmente, por el historial de cada individuo concentrándose el primero en el tipo de alimento, el patrón de ingesta de alimentos, la evolución de los síntomas que se han desarrollado y el período por el cual se han extendido esos síntomas. Primero, se verifica si condiciones coexistentes como asma, rinitis, sinusitis o gastritis se activan y se correlaciona este historial con pruebas de piel epicutáneas y/o de parcho -que son el “estándar de oro” para diagnosticar hipersensitividad a alimentos- y con las provocaciones sublinguales, orales e intradermales (que son pruebas doble ciegas, placebo controladas, que usamos para confirmar que la sensitividad existente nos precipita síntomas). Es sumamente importante señalar que, como parte del diagnóstico, las pruebas de laboratorio que en ocasiones se utilizan para diagnosticar alergias sólo son de utilidad si son positivas ya que resultados negativos no necesariamente descarta alergias.
El tratamiento de las alergias a alimentos es multidisciplinario y complejo y requiere el asesoramiento de especialistas certificados en este campo. Dicho tratamiento debe estar constituido por un plan de acción dinámico y específico que incluya farmacoterapia, dietas e inmunoterapia. El uso de fármacos o medicamentos debe estar dirigido en un principio a lograr la estabilidad en la salud del paciente antes de los períodos de las pruebas y la inmunoterapia. Las dietas deben determinarse y establecerse antes, durante y posterior al tratamiento de la inmunoterapia hasta que se logre la desensitización del paciente con relación a lo que le está causando las alergias. Sin embargo, aunque la dieta convencional es la restricción estricta y permanente del alimento o agente que causa los síntomas, complementada con una dieta rotativa de ingerir cada cuatro días los alimentos que no podemos restringir totalmente, hay estudios que prueban que el tratamiento de inmunoterapia llevado a cabo por un alergista permite la ingesta de los alimentos a los cuales inicialmente se reaccionaba, esto luego de terminado el tratamiento de inmunoterapia, tratamiento cuyo período es específico para cada individuo. La inmunoterapia específica desensitizante de manera contínua o vacunas de alergia –inyecciones en adultos o gotas sublinguales en los niños- es establecido por el alergista de acuerdo a los resultados encontrados en el período de investigación y diagnóstico. La inmunoterapia se utiliza en contra de aquellos alimentos que causan síntomas de alergia o anafilaxis (reacción alérgica de forma severa) hasta tener un control completo de los síntomas y poderlos correlacionar con la normalización en pruebas de laboratorio del mecanismo que causa alergia (IgG total, IgG subclase, IgE total y las células-T sensitizadas).
Es sumamente importante que en el caso de individuos con reacciones severas a alimentos debe existir un plan de acción específico que incluya tres áreas principales: una preventiva, una de mantenimiento y una de emergencia o crisis. Para prevenir, el plan debe incluir el uso de medicamentos de acción prolongada como los antihistamínicos de segunda generación con sus dosis específicas de manera preventiva antes de exponernos a los alergenos putativos. Para mantenimiento, el plan debe incluir el uso de medicamentos de acción prolongada como los antihistamínicos de segunda generación con sus dosis específicas para uso contínuo por al menos períodos extendidos de tiempo. En caso de una emergencia o crisis ya se debe haber establecido con antelación un plan de acción con acceso inmediato al uso de medicamentos de acción inmediata como epinefrina (el “Epi Pen”) con sus dosis específicas y el uso de medicamentos de acción más rápida, incluídos los antihistamínicos de primera generación (como el “Benadryl”) y los esteroides orales, además de tener a disposición los números de teléfono y los nombres de las personas y lugares de contacto para el tratamiento de emergencias alérgicas.
En resumen, tenemos que estar concientes de que existen alergias a alimentos que pueden ser letales y deben ser diagnosticadas y tratadas por especialistas certificados en el tratamiento de las alergias. Hoy día, debemos tener un plan de acción apropiado para el tratamiento de estas emergencias y tener la accesibilidad al tratamiento de inmunoterapia para alergias a alimentos que es el único tratamiento causativo que existe.
(Artículo publicado en la revista Belleza y Salud; Sección de “Nutrición: Alergias”; Año 7, Edición 5, Vol. 49; Págs. 80-81.)